jueves, 16 de enero de 2020

Milagro de fe


Una incapacidad que afianzó mi fe en Dios

Fui operado de catarata en la ciudad de Barquisimeto y allí adquirí una bacteria intra hospitalaria de alto riesgo para mi vista y mi salud en general. Los tratamientos no daban resultados y fui trasladado a Caracas donde se me operó, pero la bacteria seguía haciendo estragos en mi ojo izquierdo. Las inyecciones intraoculares de antibióticos me producían un dolor demasiado intenso. Los especialistas, temiendo efectos de la bacteria sobre el torrente sanguíneo, me enviaron por 23 días inyecciones intravenosa. Al final se concluyó que era necesario extraer mi ojo y colocarme una prótesis. Ha sido la experiencia más traumática de mi vida, los dolores eran intensos y mi salud en general desmejoraba. El período más largo de este padecimiento estuve hospedado en la Casa de Acogida y Rehabilitación Padre Machado bajo el cuidado de mi hermana religiosa María de los Ángeles quien me trató con el mayor cariño y afecto. No puedo negar que estuve cercano a una depresión. No encontraba explicación de lo que me había pasado. 

Mi familia estaba preocupada y yo sumido en una gran tristeza. Mi hermana María de los Ángeles todas las noches me visitaba y ella con mucha fe y con su mano en mi frente le pedía a la Madre Emilia (fundadora de las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía) su intercesión para devolverme la vista. Poco a poco se fue produciendo en mí un sentimiento de fe que no tenía antes y que a pesar del dolor me empezaba a dar serenidad. Al finalizar la oración y retirarse mi hermana le pedía a Dios que se hiciese Su voluntad. 

No me devolvió la visión por ese ojo, pero Dios a través de esta Venerable Sierva, me abrió las puertas de la fe y me dio a entender que una incapacidad se puede convertir en un cambio profundo que se dio en mi interior, algo que no sentía antes y me llenaba de una serenidad tal que, cuando llegó la hora de la extracción de mi ojo, lo acepté y entendí que Dios permite un dolor para que renaciera una fe y una esperanza que hoy me hacen más seguro, más profundamente creyente y me ha brindado un camino para transitarlo más tranquilamente. Hoy sigo rezando la oración que mi hermana me enseñó. . ."Dígnate glorificarla con el honor de los altares y concédenos seguir sus ejemplos y la gracia que por su intercesión te pedimos, a mayor honor y gloria tuya”. 

Gracias, Señor, por concederme por intermedio de esta Sierva tuya una fe tan grande en Ti.

Eduardo Perdomo Rodríguez
13 de enero de 2020

Es una santa



Es de notar que habiendo muerto la amada Fundadora de las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía, como resultado de aquel imponderable acto de caridad hecho a favor de los enajenados, parece que allá en el cielo, donde esperamos está recibiendo el premio de una vida tan llena de sacrificios, y toda ella consagrada al amor de Dios y del prójimo, le ha cabido especial misión de interesarse por esta clase de enfermos, que aquí en la tierra hicieron latir tan compasiva y tiernamente su corazón; y esto lo deducimos por los muchos enajenados que, recobrada la razón, atribuyen su curación radical y el verse salvos de ese mal terrible, a la intercesión de la piadosa Madre Emilia de San José.

Los enfermos y los pobres son su obsesión y su locura, son el sentido de su vida y la expresión más radical de su consagración, convencida de que cuanto hace con estos hermanos más débiles, lo hace con Jesús. Los enfermos son la fe de su amor. (P. Antonio Gracia).

Fallece la amada Madre el 18 de enero de 1893. A las 5:30 a.m. el P. Machado celebra la Misa y ella, después de la Comunión, se duerme en la Paz del Señor, dejando innumerables ejemplos de virtud y santidad. La lloran todos: las hermanitas, el P. Machado, los enfermos y pobres, la familia, los fieles en general.

La muerte de la Madre Emilia se convierte en un clamor popular: “Es una santa”. Este grito se mantiene vivo entre las Hermanitas de los Pobres y bienhechores y más intenso, si cabe entre los enfermos y pobres que la conocieron.

El periódico la religión escribe el 20 de enero de 1983:
“La gente de corazón debe estar de duelo, porque ha muerto una que tenía el alma generosa y suave, imbuida de todas las abnegaciones que engendran el afecto universal… una Santa predestinada a la caridad más sublime… Infatigable en su misión de aliviar dolores y enjugar lágrimas… durante toda su vida solo pensó en aliviar las desgracias de sus prójimos”.

Habiendo comprobado la Congregación para la Causa de los Santos que la Madre Emilia vivió en grado heroico todas las virtudes, Su Santidad Juan Pablo II la declaró VENERABLE el 23 de diciembre de 1993.

Entrega hasta el heroísmo


Entrega hasta el heroísmo

Por prescripción médica, la Madre Emilia, muy enferma ya, debía estar varios meses en los Teques en busca de su mejoría, pero oyó decir que había allí algunos enajenados reunidos en una casa, y quiso visitarlos. Esta clase de enfermos tenía especial atractivo para su corazón, y le llegaban al alma las desgracias de esos pobrecitos doblemente dignos de lástima.

Madre Emilia se acerca presurosamente a la mansión de aquello infelices deseando aliviarlos en algo, llega y contempla el cuadro más desgarrador que contemplaron sus ojos…

En el sombrío patio de una casa abandonada, se amontonaban unos hombres que ni tales parecían; y entre ellos mujeres idiotas o furiosas, con los ojos hundidos o centelleantes… todos consumidos por la enfermedad y el hambre, en un estado de suciedad y abandono indecibles…

Enmarañados cabellos les caían sobre los hombres; unos harapos ennegrecidos cubrían parte de sus cuerpos asquerosos; muchos tenían llagas roídas por gusanos; y toda clase de inmundicias esparcidas por el mugriento piso, formaban charcos infectos de corrompidas aguas. Este conjunto de pestilente miseria despedía un hedor insoportable, y nadie osaba acercarse a ellos…

¡Dios mío, que estupor el de la Madre Emilia ante aquel cuadro! Le parecía un mal sueño; una horrorosa visión. Como fuera de sí estaba, y no podía dar un paso adelante…; más, con aquel dominio de sí misma tan conocido en ella, avanza, les dirige algunas palabras de saludo y… da algunas órdenes a sus compañeras; manda que se avise al Padre Machado para que acuda al remedio de necesidad tan grande, e inmediatamente, sin titubeos, se dio a la tarea de asear aquel triste recinto, resuelta a poner término a la situación de aquellos infelices que la divina Providencia ponía en su camino.

Se consiguió unas latas y con sus propias manos las llenó del modo que pudo de aquellas infectas miserias, y las hizo arrojar lejos. Entregada sin descanso a tarea tan repugnante, logró limpiar la casa y a los enfermos.

En eso la encontró el P. Machado, que al ser llamado se trasladó de inmediato a los Teques y contempló con lágrimas en los ojos el triste estado de aquellos pobrecitos y puso de manifiesto al gobernador tan urgente necesidad.

Nuestra venerable Madre, sin reparar en el estado delicadísimo de su salud, animada de una ardiente caridad que mitigaba a los ardores de su fiebre, trabajaba incansable. A los dos días, todo había cambiado. Vestidos y perfectamente aseados; cortados sus cabellos y largas uñas, los pobres enfermos, como si un poco de luz hubiera penetrado en sus inteligencias con el bienestar de que disfrutaban, sonreían dulcemente a su bienhechora, que no se tranquilizó hasta asegurar la suerte que en adelante los había de librar de tan espantosa miseria y abandono. Los enfermos fueron trasladados al manicomio de Catia dirigido por las Hermanas de San José de Tarbes.

La Madre Emilia se sentía feliz de haber logrado tanto bien; pero ese acto heroico, mejor diremos, esa serie de actos heroicos de caridad, terminó para siempre las actividades exteriores de la Santa fundadora, que, habiendo hecho un esfuerzo tan superior a sus fuerzas, agotó completamente su débil y extenuada salud. Hubo de regresar inmediatamente a Caracas, donde sus hijas se esmeraron, aunque la veían ya sin remedio.

Con un acto de heroísmo tan grande coronó la Madre Emilia su vida de caridad. La había sinceramente consagrado al Señor, y supo hacer completo el holocausto.