lunes, 6 de agosto de 2018

VENERABLE MADRE EMILIA DE SAN JOSÉ






El 7 de diciembre de 1858 hubo fiesta en el cielo y fiesta en la tierra. Desde el cielo, nuestro Padre Creador hizo un precioso regalo a Venezuela, concretamente a Caracas: nació Emilia Chapellín Istúriz.
En tierras caraqueñas, una familia celebró el regalo. El matrimonio lo formaban Ramón Chapellín y Trinidad Istúriz. Familia con raigambre cristiana a toda prueba. En ella se podían palpar las virtudes evangélicas hechas vida en el hogar, con los vecinos, y muy especialmente con los pobres.
Emilia fue la novena de los doce hijos.  ¿Y por qué celebraron los esposos Chapellín Istúriz la llegada de esta hija?  Pues, ellos estaban convencidos de que un hijo es signo del amor de Dios, manifestación de la generosidad de Su Corazón. Conocían muy bien lo que dice el Salmo 127,3: “Un regalo del Señor son los hijos, recompensa, el fruto de las entrañas”. Como auténticos creyentes, a los treinta y seis días de nacida la llevan a la Iglesia Catedral de Caracas a recibir el Sacramento del Bautismo, de manos del Cura Interino, Rvdo. P. Gaspar Yanes, y apadrinada por Miguel Chapellín y Manuela Istúriz.
Comienza para Emilia una relación filial con Dios, es ahora templo del Espíritu Santo, participa de la vida divina plenamente. Sus padres pusieron todo su empeño en cultivar esta gracia divina en ella y poco a poco fue dando frutos visibles en las virtudes que practicó a lo largo de su corta pero intensa vida.  Cuando, en los últimos días de su vida, dijo: “Mi espíritu está lleno de Su presencia”, fue porque en su alma acogió siempre este Don recibido en el Bautismo con generosidad, su corazón fue disponible a la acción de la gracia y, por ello, Dios hizo experiencia en ella, colmándola de favores espirituales.
Emilia, arropada por el amor de Dios, no se quedó ensimismada en el Misterio. El amor no es estático, es dinámico, impulsa a ser canal de la vida que lleva en sí. Por eso la veremos como una mujer que, desde niña y siempre, no se quedaba tranquila en la comodidad y bienestar de su casa, sino que salía de prisa –como María de Nazaret al saber que su prima Isabel necesitaba ayuda- a socorrer al niño que lloraba, al pobre que pedía auxilio, al enfermo que imploraba salud, al mendigo que rogaba una limosna.  No lo hacía sola. Involucraba a sus hermanos, los hacía cómplices de su caridad. Con toda sencillez, colocaba un plato vacío en la mesa del comedor de su casa para que ellos, antes de comer, pusiesen algo de su comida, y luego ir a socorrer a algún hambriento, que siempre los ha habido y habrá, como lo dijo Jesús: “Pobres tendréis siempre entre ustedes” (Mt 26,11). Cuando atendió a su madre enferma, fue tal su entrega, su caridad, su delicadeza y cariño, que ésta no pudo menos que llamarla “hermanita de la caridad”.  Y así fue toda su vida. En ella el amor a Dios y a los hermanos más necesitados fue inseparable. Toda su vida es ejemplo de que sí es posible vivir el Evangelio con radicalidad. Ya religiosa, consagrada al servicio de Dios y de los pobres como Hermanita de los Pobres de Maiquetía -no obstante, la salud precaria que la acompañó siempre-, no escatimó esfuerzos por entregarse totalmente a su misión. Dan fe de ello los testimonios de quienes la conocieron y las Hnas. antiguas que tuvieron la bendición de compartir con ella sus pocos años en la Congregación.
El 18 de enero de 1893, a los 34 años, 1 mes y 11 días entre nosotros, Dios, Padre Creador y Dador de Vida, a Quien amó con todo su ser, la llamó a entrar en su Luz maravillosa para darle el premio merecido por sus desvelos a favor de sus hermanos. Vivió y murió en olor de santidad. El Beato Juan Pablo II la declaró Venerable el 23 de diciembre de 1993.
Emilia es para todos -niños, jóvenes y adultos- un modelo de creyente en los bienes eternos y en las realidades humanas que necesitan ser transformadas. Podemos aplicar a Emilia lo que dice Su Santidad Benedicto XVI en la Carta Apostólica  Porta Fidei con motivo del Año de la fe: “Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos (cf. Lc 4, 18-19) (PF,13).
El Proceso de beatificación de la Venerable Madre Emilia De San José sigue su curso y estamos intensificando la oración para que, por su intercesión, el Señor conceda el milagro que se requiere, el cual ha de ser inmediato, completo y duradero.
Si usted está pasando por una situación difícil, como el diagnóstico de una enfermedad grave, o está ante un peligro inminente, no dude en pedir a la Santísima Trinidad la intercesión de la Venerable Madre para obtener la gracia solicitada. En este caso, es preciso dirigirse solamente a ella, pues es una condición indispensable que pide la Sagrada Congregación de la Causa de los Santos para el análisis de un milagro.

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Visión global de las virtudes en la Madre Emilia

Uno de los teólogos que aprobó las virtudes heroicas (Voto I) de nuestra Fundadora, nos presenta una visión global de sus virtu­des colocándolas en una especie de clasificación. Así las enumera:

1. Altísimo espíritu de piedad: educada finamente desde peque­ña y enriquecida de dones especiales por el Divino Espíritu desde la primerísima infancia, la Sierva de Dios se mostró en toda su vida sensibilísima a los toques del Espíritu.

2. Un don singular de sabiduría celestial le hace como intuir las vías de Dios y le hace sentir un curioso gusto por los bienes celestiales, hasta el total desprecio de los bienes terres­tres.

3. El celo incansable por la gloria de Dios la empuja al don to­tal por su Reino y por la heroica donación a los hermanos más ne­cesitados y desheredados; de hecho, su caridad para con el próji­mo alcanza vértices insólitos.

4. Una prudencia a toda prueba, y siempre iluminada por la fe, la guía en las dificultades de la vida secular y la hace abordar la total consagración a Dios en la Vida Religiosa.

5. La fuerte participación en la Pasión del Señor parece caracte­rizar su ascetismo y sus experiencias místicas; su vida es penitente en extremo (cf. Informatio, pág. 71) y asombra la serenidad con la cual acepta la muerte siendo todavía joven.

Su no larga vida resulta un tejido minucioso de cada virtud, con frecuencia llevada hasta la cima de la posibilidad humana for­talecida por la gracia y por los dones especiales del Espíritu Santo, de donde derivan todas las demás virtudes que iremos desglosando y dando a conocer.

La fama de santidad presente ya en vida y aumentada hasta nuestros días, la hace una candidata de poderla proponer a la imitación de la juventud en general y de las almas consagradas en especial.

Nos baste, por ahora, reflexionar sobre la calidad de su experiencia de Dios, y aprender de ella qué es lo más importante en nuestra vida.

(Continuará)





Emilia, alegre en su vocación y fundadora.












Seguimos conociendo a nuestra amada Madre Fundadora. En este mes de octubre descubrimos su testimonio como religiosa auténtica, fervorosa, ejemplar; así como su rol de animadora entre sus hermanas de comunidad y entre los enfermos y pobres a quienes brindaba su generoso servicio, únicamente por amor a Cristo. La Hna. Carmen Fuentes nos introduce en esta faceta de su vida: