Después de la fundación del
Hospital San José, en Maiquetía, el 22 de abril de 1888, vemos a Emilia
dedicada a los enfermos con gran caridad maternal y exquisita, al lado de su
director espiritual, el p. Santiago Machado. Ella dialoga casi a diario con él
y en esas conversaciones se va forjando una hermosa intuición e inspiración del
Espíritu: Ha llegado el momento de formar una comunidad religiosa con todo lo
que eso significa, aunque el contexto político de Venezuela no es favorable
para nada. Conversa con su familia y encuentra resistencia. Su padre conoce su
delicada salud y se opone a la decisión de esta hija tan amada.
En el hospital vive de manera
sencilla, pobre, austera, haciendo experiencia fuerte de oración y encuentro
íntimo con el Señor. Un día el p. Machado le ofrece un crucifijo para que se lo
coloque y vaya a Caracas a hablar con su papá. En casa tratan de distraerla,
mas ella está decidida a seguir a Jesús, a entregar su vida por los pobres.
Alcanza de su padre el sí tan deseado. Todos lloran. Ella, en cambio, llora de
felicidad y júbilo.
El 25 de septiembre de 1889 a las
7:30 de la mañana sale de Caracas a Maiquetía. Allí la espera el p. Machado y las
dos compañeras que están con ella desde los inicios del hospital. Ante una
imagen de san José que él mismo ha colocado en el patio, le dice: “Este es el
dueño de la casa”. Emilia lo mira, hace un gesto de humildad inclinando la
cabeza y le estampa un beso. Seguidamente corre a ver a los enfermos, los
abraza tiernamente, la emoción es muy grande. Todos lloran de alegría.
En la tarde, María de Jesús
Badillo, que se había quedado atendiendo a los enfermos junto con María Eustaquia y Trinidad, coloca en sus manos
las llaves de la casa con todos sus tesoros: doce enfermos, dieciocho enfermas,
algunas facturas sin pagar y algunas pobrezas más de la casa. María de Jesús y
María Eustaquia se ponen a sus órdenes, decididas a iniciar la vida religiosa
según las indicaciones del p. Machado.
Así nace la congregación de las
“Hermanitas de los Pobres de Maiquetía”, silenciosamente, en unos momentos muy
conflictivos a nivel social, religioso y político, en un país donde estaban
extinguidos los conventos, colegios, seminarios, comunidades religiosas y
prohibidas las fundaciones, por una Ley que promulgó el gobierno de Guzmán
Blanco el 5 de mayo de 1874.
El Amor prevaleció y, así, estos
dos colosos de la caridad escucharon el clamor de los pobres y la voz del Padre
que les llamaba a cuidar de sus hijos predilectos: los pobres, enfermos y
excluidos.
Han pasado 130 años… Nosotras,
sus hijas, que hemos recibido esta herencia maravillosa, seguimos confiando en
la Divina Providencia en unas circunstancias muy parecidas y hasta más
difíciles que las de su época y estamos seguras de la acción de Dios al
continuar esta inspiración, como decía nuestro amado p. Fundador: “Yo sentía que el Señor me inspiraba una
idea, yo ponía manos a la obra, el Señor bendecía lo que hacía y tomo me salía
bien” (Pbro. Santiago Machado).
¡Gracias,
Señor, gracias!
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